El trabajo no ha terminado: Reflexiones post elecciones.

Nos somos los únicos, pero es deber de todas y todos ocuparnos por los destinos de nuestro país, de la sociedad en la que vivimos, el sistema social, político y económico que nos alberga. Lo anterior parece lejano, en un Chile de individualismos, de siutiquerismos y de eufemismos. Donde aún somos incapaces de superar divisiones para mirar hacia el futuro, al menos en los temas que son clave del desarrollo humano, con la perspectiva de buscar la felicidad en desmedro de sólo buscar la riqueza material.

 

Por ahora, los discursos sobre un nuevo modelo en Chile parecen utópicos, claramente la nueva política opta por el dato duro, por la supremacía de lo presente antes que proyectar una visión de cambio y transformación. Pues nos pasamos mirando a otros, para copiar o adaptarlo a nuestro entorno. Un país ya tan permeado de identidades confusas que no sabe quién es, quién fue y por mucho menos no sabe quién quiere ser.

 

Las elecciones presidenciales siempre parecen ser el punto de partida de un nuevo camino, pero lo cierto es que llevamos varios años de inflexión que seguirán su curso natural hasta encontrar el cauce que mejor lleve al desarrollo de las fuerzas emergentes de la sociedad, que claman por cambios más profundos. Donde quieren sentirse involucrados, más ciudadanos y menos clientes. Dicho escenario llegará tal vez, pero tardará, y eso lo saben bien los pragmáticos que con buen diagnóstico ven como el chileno medio está más preocupado de comprar un juguete para la navidad que ir a votar a quien debe gobernar su país.

 

No extraña el desinterés, pero tampoco sorprende lo lento que avanzan los cambios. Sin embargo seguimos teniendo tareas pendientes, porque el proceso consiste en acciones continuas hacia un objetivo. Todavía nos queda mucho por delante, y quienes hemos tomado una decisión electoral tenemos aún más responsabilidad, pues debemos hacernos cargo del voto y honrarlo con coherencia y sabiduría.

 

Nuestro país requiere de un profundo compromiso por reeducarnos, de volver a decirnos que somos capaces, y que el quiebre del status quo no es fácil, lleva tiempo y aún más necesita de sacrificios impensados. No podemos renunciar ahora, debemos salir a convencer, pero por sobre todo a movilizar.

 

No basta sólo los cambios gubernamentales, se requiere de impulsar un cambio cultural, convirtiendo el malestar en alternativa. Procurando hacer de las mayoría políticas, mayorías electorales. Si tarda, no importa, porque hemos estado durante tantos años convencidos de que lo que tenemos es bueno, que avanzar lento no tiene mayor preocupación. Lo importante es no detenerse.

 

Nada cambiará mañana mismo, todo tiene su justo tiempo, pero para que esas transformaciones lleguen, debemos ser capaces de desprendernos de intereses mezquinos y cortoplacistas, para construir una alternativa que convenza para provocar los saltos evolutivos del  sistema social chileno.

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